domingo, 20 de abril de 2014

LECTURAS TERCERO PRIMARIA

El caminante de los pies giganteslectura

Había una vez un señor muy alto, que tenía los pies tan grandes, que con un solo paso avanzaba como si hubiera dado tres.
El señor estaba orgulloso de sus pies, porque gracias a ellos podía hacer lo que más le gustaba: viajar.
Así, recorría con gusto los caminos. Su única propiedad era una bolsa donde guardaba un recuerdo de cada lugar que visitaba.
Un día se encontró a un pastor; luego de platicar un rato, éste le presumió:
–Fíjate que allá en mi tierra, viven unos peces que vuelan; y tú ¿de dónde eres?
El señor se quedó callado. No recordaba de dónde era, por eso respondió:
–No sé. Hace tanto tiempo que viajo, que ya lo olvidé.
–Si quieres te llevo con alguien que te puede ayudar –dijo el pastor.
Entonces fueron a ver a un gran sabio que vivía en una cueva.
Allí, el sabio dijo:
–Busca unas piedras que tienen huellas de pies como los tuyos; aunque escuches ruidos extraños, no temas, allá conocerás tu origen.
A partir de ese día, el señor caminó más rápido aún, pues deseaba encontrar las piedras. Fue al mar, a los cerros y al bosque, pero las piedras no aparecían.
Así lo hizo, pero su viaje era cada vez más largo. Ya le dolían los pies y miraba sin interés lo que había a su alrededor.
Una tarde oscureció temprano y el señor no pudo continuar su viaje. De pronto, oyó unas voces en el viento. Asustado, puso una mano sobre su oído y se durmió.
En su sueño, vio dos gigantes parecidos a él, aunque más altos y con pies enormes.
–Ha terminado tu búsqueda –le dijo uno de ellos.
El otro gigante continuó:
–Un día, a nuestro pueblo lo destruyó el egoísmo. Tú eres el último gigante, ahora que lo sabes, sigue tu viaje y haz el bien.
En eso, el señor despertó. Frente a él, estaban las piedras que tanto buscó. Eran muy grandes y tenían las huellas de sus antepasados.
Luego de un rato, recogió una piedrita y la guardó en la bolsa de su pantalón.
Era tiempo de seguir su camino, ya sabía dónde había nacido.

Los cuatro amigos

cuatro amigos
Tiempo atrás, en las selvas de la India los animales tenían la capacidad de razonar y hablar. Un día, un cuervo reposaba tranquilamente a la sombra de un árbol, cuando vio acercarse a un cazador con muy malas intenciones.
El ave se quedó muy quieta para no llamar la atención del hombre y vio cómo ponía una trampa para cazar, y colocaba trigo encima de ella. Al cabo de un rato, una bandada de palomas llegó para comerse el trigo. En cuanto pusieron sus patitas en la trampa, una red cayó sobre ellas y quedaron atrapadas. Pero haciendo uso de su inteligencia, las palomas aletearon y volando con la red sobre ellas, fueron con el amigo ratón y éste, sin pedir nada a cambio, mordió la red con sus dientecillos y logró liberar a las palomas.
El cuervo vio el acto de generosidad del ratón y deseó con todas sus fuerzas ser su amigo. Después insistir y de que el ratón perdió el miedo al cuervo, ambos se hicieron amigos y se fueron a vivir a un lugar donde había agua y pastos, donde nadie pudiera matar al ratón.
En su nuevo hogar, el ratón y el cuervo se encontraron con la tortuga, quien no los reconoció y, muerta de miedo, se lanzó al agua. Sin embargo, cuando reconoció la voz del cuervo, quien era su amigo, la tortuga salió tranquila.
El ratón comenzó a contarles sus hazañas y cómo había aprendido a valorar la amistad sincera por encima de todas las cosas. Así los tres se fueron haciendo inseparables.
Un día, llegó un venado asustado porque lo perseguían unos cazadores y tanto el ratón, como el cuervo y la tortuga lo aceptaron y protegieron. El venado permaneció algún tiempo con ellos, pero un día no volvió. El cuervo voló para buscarlo y lo encontró atrapado en una red. Regresó a contarles a los otros dos, y juntos fueron a rescatarlo. El ratón cortó con sus dientes la red, pero venado sintió mucha tristeza, porque cuando regresara el cazador la única que no podría escapar sería tortuga. Y así fue.
Al volver el cazador, el cuervo voló, el ciervo corrió y el ratón se escondió, y la pobre tortuga fue puesta en una red. Al ver a su amiga atrapada, los otros tres amigos idearon el plan perfecto para rescatarla,
¿Quieren saber cuál fue ese plan? Ok, pero esa será otra historia.



El Manchas

el manchas
Javi es un niño que tiene un perro que se llama El Manchas. En la parte de la historia que vamos a leer hoy, el niño y el perro están separados.

Javi se siente como si se hubiera quedado manco, cojo, sin su sombra. Así era como se sentía sin su perro El Manchas. Era cierto que el nuevo país era bueno y más saber dos idiomas, pero estar sin El Manchas, era como estar sin su alma.
Por su parte, El Manchas tenía como dueño a alguien que pretendía ser su amigo y quien se veía buena persona; aún así, El Manchas, que estaba en un buen lugar, al menos con un espacio más grande que el que tenía con Javi, extrañaba de la misma forma a su antiguo dueño.
Y como Javi no resistió más tiempo la ausencia de su amigo El Manchas, decidió romper el cochino [su alcancía] para poder ir en busca de él. Sabía que su madre se preocuparía al no encontrarlo en casa, pero el regaño valía la pena.
Javi sacó las monedas y venciendo sus miedos de salir solo, tomó el autobús y después de tanto buscar y sudar por los nervios de andar solo en la ciudad, encontró la dirección. Al tocar la puerta le abrió una señora que al verle el aspecto tan cansado, le invitó una limonada, pero del perro no decía nada. Después de una gran insistencia por parte de Javi, la señora le dijo que, en efecto, su hijo había tenido al perro, pero que lo había vendido.
Mientras tanto El Manchas, después de haber bebido un poco de agua para aguantar el viaje, decidió escapar de su actual dueño, por bueno que fuera. El Manchas no hallaba una
salida; no, al menos, la que lo obligaba a pasar por unos perros igual o más furiosos que él. Corrió y corrió y saltó la cerca, pero al hacerlo, su pata se lastimó. La ciudad parecía muy grande.
Javi fue a buscar al nuevo dueño. El señor lo vio y reconoció por quién venía pero, desgraciadamente, El Manchas, ya no estaba. Tanto viaje para nada.
El teléfono sonó. Al principio la tristeza no permitió a Javi poner atención a la llamada, pero pronto entendió que quien llamaba era su mamá. Muerto de miedo y tristeza comenzó a llorar y escuchó lo que su madre le dijo:
–¡Hijo! El susto que me has dado. No debiste marcharte así, sin avisarme. Pero mira, te voy a poner a alguien en el teléfono, alguien que ha hecho un largo viaje y que está loco por verte.
A través del teléfono, Javi oye un raro jadeo y después un ladrido, un ladrido largo, impaciente, conocido.
¿De quién era ese ladrido?



 A la maestra le duele la cabeza.

Urbano
Un día, cuando Urbano festejaba su cumpleaños número diez, sus orejas comenzaron a hacerle pequeñas travesuras: la oreja chica empezó a escuchar cosas que la oreja grande no captaba. Y por su parte, la oreja grande continuó oyendo las cosas que a la pequeña ya no le interesaban.
Por la oreja grande, Urbano pudo escuchar “Las mañanitas” que le cantaron por su cumpleaños, las palabras de su papá cuando le entregó su regalo, las risas de sus amigos, las canciones que surgían del aparato de música, los estornudos de su abuela y el regaño que le puso su maestra el lunes siguiente por no llevar la mochila. O sea: la oreja grande de Urbano funcionaba exactamente igual que cualquier oreja del mundo.
En cambio, la oreja chica empezó desde ese día a escuchar cosas que otras orejas no oían.
Al día siguiente de su fiesta de diez años, mientras desayunaba en compañía de sus papás y de su hermano mayor, Urbano escuchó muy claramente, a través de su oreja más pequeña, lo que estaba pensando su papá: “Dentro de quince días empiezan las vacaciones y a mí todavía no se me ha ocurrido qué hacer. A lo mejor no es mala idea ir otra vez a la playa…”
–Sí papá, –se apresuró a comentar Urbano con entusiasmo–, me encantaría que fuéramos otra vez a la playa.
Estuvo de lujo el año pasado, ¿verdad?
–Yo no dije nada –aseguró el papá sorprendido.
–¿Por qué dijiste eso de ir a la playa? –preguntó la mamá, también extrañada.
–Lo oí clarito…
–¡Yo no dije nada! Solo estaba pensando…
–Yo tampoco oí nada –se metió el hermano en la conversación–, aunque la verdad no estaría nada mal. A mí también me gustaría ir otra vez a la playa.
El lunes en la escuela volvió a sucederle lo mismo: escuchó los pensamientos de su maestra: “Con este dolor de cabeza, no sé por qué vine a dar clase…”
–Si le duele la cabeza, maestra –dijo Urbano en cuanto ella le permitió hablar–, podemos salir al patio…
–¿Y por qué crees que me duele la cabeza? –le preguntó.
–Es que usted lo dijo…
–¡Yo no dije nada! –gritó, verdaderamente molesta de que uno de sus alumnos se hubiera dado cuenta de su malestar–. De cualquier manera es una buena idea: salgan al patio, anden, salgan todos al patio y déjenme en paz…
Durante los siguientes días el oído chico de Urbano continuó escuchando lo que pensaban sus papás, hermano, su abuela, su tía Ernestina, sus vecinos, sus compañeros de escuela y el dueño de la tienda de helados.
Para él mismo, los extraordinarios poderes que tenía eran del todo inexplicables. De cualquier manera, la vida seguía su curso y nadie se tomaba en serio las locuras de un niño que aseguraba oír lo que pensaban los demás.


La tortuga Pocaprisa

tortuga
La tortuga Pocaprisa
tiene su modo de andar:
camina un poco y se para
a ver el viento pasar.
La tortuga Pocaprisa
tiene su modo de andar:
si descansa, no camina,
y el viento la deja atrás.

La tortuga Pocaprisa
tiene su modo de andar:
pasan las nubes corriendo,
y el tiempo las deja atrás.
Tiene el niño su sonrisa
tiene sus olas el mar:
la tortuga Pocaprisa
tiene su modo de andar.

Cada uno de nosotros tiene su modo de andar, ¿se han fijado? Cada quien trate de describir cuál es su modo de andar.


Anibal y Melquiades

anibal y melquiades
Melquíades era el niño más fuerte y más temido de la escuela. Podía cargar el escritorio de la maestra con todo y maestra arriba; era capaz de pelear solo contra dos de tercero, mataba los alacranes con la mano y podía comerse una lata completa de chile. Una vez dejó la marca de su poderoso puño en una puerta y un día rompió con la frente el pizarrón. Hasta el maestro de deportes le tenía miedo, pues de vez en cuando Melquíades le ponía un azotador en la bolsa de su saco.
En cambio Aníbal era el niño más débil y flacucho de la escuela. Chupaba los dulces porque no tenía fuerza para morderlos, le costaba trabajo partir un cartoncillo en dos, daba las gracias cuando alguien le robaba su comida en el recreo y lloraba cuando sus compañeros le decían de broma “Aníbal caníbal”. Muchas veces, su mamá tenía que cargarle la mochila porque él se cansaba antes de llegar a la escuela. Una noche se cayó de la cama y, como ya no tuvo fuerzas para levantarse, prefirió dormir en el suelo...

El último viernes de cada mes, el director de “Dos más dos menos dos igual a dos” organizó un torneo en el que tenían que concursar todos los alumnos de la escuela. Cuando el director anunció el concurso de mayo fue para Aníbal un día feliz: habría un torneo de circo. Al llegar a su casa tomó el teléfono y marcó el número de Merlín-lín. Estaba seguro de que él lo ayudaría.
─Voy a enseñarte el mayor de mis secretos ─le dijo el mago cuando Aníbal terminó de platicarle sobre el concurso─. Nadie habrá en el mundo que pueda ganarte.
─¿Cuándo? ─preguntó Aníbal ansioso.
─El sábado en la noche.
¿No se mueren de ganas de saber qué pasará? Ojalá, en las lecturas de los días que vienen, encontremos qué sucedió. Los impacientes vamos a buscar el libro para enterarnos.
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El aire y las nubes.

el aire y las nubes, lectura recreativa del rinconcito de sallita
La Tierra está rodeada de aire. Allí están las nubes que el aire arrastra. Seguramente has visto cómo se mueven.
El aire también transporta polvo, por eso a veces el cielo se ve gris y no azul.
El aire es por donde vuelan las mariposas y los pájaros.
Las nubes suelen ser blancas. Puedes jugar a mirarlas e imaginar que tienen formas de objetos, plantas, animales y hasta de personas que conoces.
Aunque parecen bolas de algodón, son de vapor de agua. Cuando se ponen grises es que va a llover.
El arcoíris
Las nubes son pequeñas gotas de agua.
Cuando las gotas crecen, caen en forma de lluvia.
Cuando los rayos del Sol iluminan las gotas de lluvia, se forma el arcoíris.
También puedes ver el arcoíris en algunas fuentes y cascadas.



¿Cómo se mide el tiempo?.

¿cómo se mide el tiempo?, lectura recreativa para tercer grado de primaria
El tiempo es algo misterioso. No puedes verlo. No puedes oírlo. No puedes atraparlo con una red y ponerlo en un frasco. Pero sabes que el tiempo existe, porque puedes sentir cómo pasa.
En cierto modo, el tiempo es como el viento. No puedes ver el viento, pero puedes ver qué pasa cuando sopla. Los papalotes vuelan en el aire, las nubes se mueven en el cielo, y los barcos navegan en el mar.
Y puedes ver qué ocurre cuando pasa el tiempo. Las flores se transforman en manzanas, los cachorritos se convierten en perros, y las orugas en mariposas.
Pero el tiempo es más misterioso que el viento. Es tan misterioso que ni los más grandes pensadores y científicos pueden explicar qué es.
Pero aun así, es un misterio que podemos medir. No lo podemos medir con una cinta métrica, claro. Esto es lo que utilizarías para medir un caimán.
Un reloj puede medir el tiempo ¡Pero antes no había relojes!
¿Cómo se mide el tiempo, pues? A ver quiénes lo averiguan y lo escriben en una hojita. Pregunten en casa, platíquenlo entre ustedes y con otros amigos.


La biblioteca imaginaria.

La biblioteca imaginaria, otro rincón de lectura de sallita
Hay un libro que habla solo,
un libro que nadie ha escrito,
un libro con un espejo
y, dentro, un libro distinto.
Hay un libro de aventuras
donde nunca pasa nada,
un libro que inventa cuentos
con una sola palabra.
Hay un libro que se abre
con la llave de un castillo,
un libro para perderse
en medio de un laberinto.
Hay un libro donde el viento
arrastra todas las letras,
un libro con un camino
por donde nadie regresa.
Libros que lo dicen todo
y libros que se lo callan,
libros donde el mar va y viene
sin salirse de la página.


Caperucita Roja y el lobo.

Caperucita Roja y el lobo, rincón de lecturas de sallita
Todos conocemos el cuento de Caperucita Roja, pero nunca nos lo han contado así como lo van a oír hoy.

Estando una mañana haciéndose el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo.

Así que, para echarse algo a la muela, se fue corriendo a la casa de la Abuela.
“¿Puedo pasar, Señora?”, preguntó.

La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando “¡Éste me come de un bocado!”
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la abuela en su alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.

Lo malo es que era flaca y tan huesuda que al lobo no le fue de gran ayuda:
“Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡¡Tendré que merendarme otra señora!!”
Y, al no encontrar ninguna en la nevera, gruñó con impaciencia aquélla fiera:
“¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!”

–que así llamaba al bosque aquella fiera, aunque en la sierra estuviera–
Y para que no se viere su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.

Llegó por fin Caperu a medio día y dijo: “¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!”
“Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas.” “¡Abuelita,
que ojos tan grandes tienes!”

“Claro, hijita, son los nuevos lentes que me he puesto
para que pueda verte, con Ernesto
el oculista”, dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras que se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo:”¡ Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!”

El lobo, estupefacto, dijo: “¡Un cuerno!”
O no sabes el cuento o tú mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...?
Oye mocosa, te comeré ahora mismo y a otra cosa.
Pero ella se sentó en una silla,
sacó una pistola de la capa,
con calma apuntó bien a la cabeza
¡pam!– allí cayó la buena pieza.

Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Saben lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un traje
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciéndose el bobo.

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